El ejercicio 2018 fue un año de crecimiento en la práctica totalidad de los mercados, tanto emergentes como desarrollados, y en todos los negocios –productos para el baño, grifería y cerámica–; sin embargo, la facturación total consolidada en euros ha disminuido debido al mayor impacto negativo del tipo de cambio que hemos sufrido nunca (-6,6%). En consecuencia, las ventas consolidadas contablemente en España quedaron finalmente en los 1.775 millones de euros, una cifra inferior en un 1,3% respecto al año anterior. De haberse mantenido el tipo de cambio de 2017 la facturación hubiera ascendido hasta los 1.894 millones de euros, para superar con holgura un objetivo fijado desde la prudencia.
El año pasado, la economía mundial volvió a crecer menos que en el precedente 2017, quedando por debajo de las previsiones en casi todas las zonas del mundo, con la notable excepción de EE. UU., cuya política económica afectó por distintas razones y en diferente proporción a casi todos los países, incluyendo las grandes potencias económicas, tal y como más adelante se explica en esta memoria.
Este mundo tan excepcionalmente cambiante nos obliga a estar concentrados para anticiparnos y actuar, si queremos formar parte del presente y del futuro.
Gracias a una notable reducción de los gastos de estructura (-3,6%), el EBITDA consiguió situarse en 243 millones de euros, con un ligero incremento respecto al pasado año; el resultado neto aumentó un 15% (95 millones), manteniendo así los buenos ratios de solvencia que nos permiten seguir progresando en el impulso de importantes proyectos para el crecimiento presente y futuro.
Efectivamente, 2018 fue un año de avance significativo en proyectos estratégicos que están requiriendo un importante esfuerzo en el presente para llegar a tener un impacto positivo relevante en los próximos años. De entre ellos, por reveladores, destacamos los siguientes:
2018 fue un año de avance significativo en proyectos estratégicos que deben tener un impacto positivo relevante en los próximos años.
Estas iniciativas –y otras que les precedieron– son reflejo de la estrategia adoptada cuando empezamos a salir de la crisis, a principios de la segunda década del siglo: reestructurar el Grupo para integrarnos plenamente como una sola organización con lógica de operador global. Un nuevo modelo de gestión y consecuentemente organizativo para superar un esquema de administración de negocios agregados al que habíamos llegado tras una expansión internacional muy rápida (1999-2007), que se vio bruscamente interrumpida por la gran crisis económica en 2008.
Una organización más ágil e integrada permite capturar sinergias de forma sistemática; simplificar procesos; reducir el número de referencias de producto y, al tiempo, ampliar la oferta; disminuir el inmovilizado; acelerar el time-to-market; mejorar nuestra posición negociadora con proveedores y establecer alianzas ventajosas; distribuir el know-how en todo el perímetro de negocio para acometer los retos de participar en todos los canales de venta; crecer en otras categorías (muebles, grifería...) e introducirnos en sectores afines (canal cocina, por ejemplo); concentrar los recursos para dotar de más valor a las marcas… Y todo un amplio conjunto de medidas integradoras que nos hacen capaces de competir y crecer en tiempos todavía convulsos.
Vivimos en los albores de la llamada “era de la digitalización”, una revolución tecnológica que, por su propia naturaleza, tiene como característica diferencial su rápida propagación a todo el mundo dando lugar a cambios súbitos que afectan decisivamente a la manera de vivir de los ciudadanos. Todo ello supone una seria posibilidad de alterar el equilibrio económico –cuando menos– a escala global.
El control de una revolución tecnológica disruptiva está históricamente en la base de la mayoría de las disputas entre potencias: la digitalización ya ha demostrado su capacidad para la transformación de las sociedades y de la economía en todo el mundo y en casi todos los ámbitos, como son la industria energética, el entretenimiento, el transporte y las comunicaciones, el comercio, la banca, la seguridad, la salud y tantos otros sectores. Siempre ha sido así, pero quizá en esta ocasión, la revelación de China, un estado que gestiona una economía capitalista con milimétrica planificación y control, ha sorprendido en muy pocos años al erigirse como potencia económica, demográfica, tecnológica y militar de primer orden. Occidente, liderado por EE. UU., parecía convencido que su misión tras la Segunda Guerra Mundial era mantener un conveniente statu quo mundial en base a la garantía que proporcionaban los acuerdos internacionales y los organismos de supervisión. Este esquema ha garantizado hasta hace bien poco prosperidad y bienestar para los ciudadanos de Occidente, posiblemente en detrimento de los países en vías de desarrollo.
Sin embargo, la situación ha cambiado. La globalización, como en una suerte de vasos comunicantes que transfieren la riqueza, se asemeja más a un juego de suma cero que a la visión optimista tan extendida hasta hace poco más de una década. Hoy, millones de ciudadanos en las sociedades occidentales se sienten perdedores de la globalización y se rebelan ejerciendo un derecho que en otros lugares no existe: el ejercicio del voto universal en demanda de soluciones cada vez más radicales. Producto del descontento, la radicalización se extiende por todas las regiones del mundo, desde los países europeos de mayor renta hasta los emergentes que apuestan por liderazgos autoritarios, incluyendo EE.UU., que está sorprendiendo al mundo con una política internacional tensionada que, en su pugna con México, China o Irán entre otros, recuerda aquellos tiempos de la Guerra Fría.
El Grupo Roca sigue creando riqueza y prosperidad real, ganando cuota, creciendo en ventas y formando parte activa de las comunidades y la sociedad en general.
Así pues, no es de extrañar que el clima de incertidumbre generalizada se haya ido prolongando. Fruto de la tensión generada asistimos a importantes cambios en el marco de los acuerdos internacionales, a un alarmante crecimiento del proteccionismo, a políticas monetaristas muy agresivas, al desplome del comercio internacional y al estancamiento de la economía mundial.
Simultáneamente, asistimos a una competencia extrema y creciente que se traduce en una altísima presión sobre los mercados por parte de fabricantes de todo el mundo propiciando la caída de los precios de venta; el auge de canales de venta disruptivos, como el DIY o las plataformas de comercio electrónico; la concentración de la distribución que ha dado lugar a auténticos gigantes mundiales con gran poder de negociación; las barreras al libre comercio y, muy destacadamente, el empleo de la política monetaria como arma de las grandes regiones económicas que tiene como resultado un impacto extraordinariamente negativo en las empresas que, como la nuestra, consolidan su contabilidad en euros.
Por nuestra parte, con el apoyo de nuestros accionistas a la gestión, el Grupo Roca sigue creando riqueza y prosperidad real de forma constante allí donde nos implantamos, ganando cuota, creciendo en ventas y formando parte activa de las comunidades y la sociedad en general desde el respeto y la colaboración. Fieles a nuestra filosofía empresarial, seguimos impulsando una estrategia de expansión internacional compensada, mediante la consolidación de nuestras posiciones en los diferentes mercados. Además, nos mantenemos en nuestra vocación industrial: en 2018, el 80% del presupuesto de inversiones se destinó al capítulo estrictamente industrial y de generación de producto para satisfacer la demanda, expandir la oferta y mejorar nuestra eficiencia de la cadena de suministro.
Como tantas veces hemos dicho, el éxito de nuestro modelo se fundamenta en nuestro ADN de empresa familiar. El espíritu emprendedor y la independencia financiera nos permiten conciliar el crecimiento y la rentabilidad a corto con una visión a más largo plazo. Así seguimos perseverando en nuestra misión de legar una mejor empresa a las futuras generaciones.